martes, 21 de septiembre de 2010

Dones de sanidades y milagros

¿EXISTEN AÚN LOS DONES DE SANIDAD Y DE MILAGROS?
(DONES ESPIRITUALES)

Es muy probable que muchos cristianos en la actualidad se hagan la misma pregunta que sirve de título a este apéndice; sobre todo, si tiene algún tipo de compañerismo con creyentes carismáticos, o si en su ciudad o estado existen “eventos multitudinarios de sanidad” a los que acuden un buen número de personas con un solo anhelo: obtener la salud de su cuerpo; lamentablemente, un buen número de ellas vuelve a casa porque “no alcanzó el tiempo” del predicador o porque según les dicen “no tuvo suficiente fe” para alcanzar la salud; o peor aún, les hacen creer que “ya están sanos” y por ello abandonan sus tratamientos médicos, con la natural consecuencia negativa en su cuerpo.

Debido a lo anterior, surgen las siguientes preguntas ¿Está Dios restaurando estos dones maravillosos? ¿Qué acerca de las sanidades tales y tales? De todas partes viene la confusión, las preguntas y las contradicciones.

Cierto es que la Biblia nos enseña que los dones espirituales fueron un apoyo importante para el crecimiento de la iglesia apostólica; sin embargo, la mayoría de esos dones sólo fueron temporales, eran capacidades específicas dadas a ciertos creyentes con el propósito de validar o confirmar la Palabra de Dios cuando era proclamada antes que las Escrituras fueran concluídas. Estos dones tenían un propósito singular: dar a los apóstoles credenciales, es decir, dejar saber a la gente que todos esos hombres hablaban la verdad de Dios. Una vez que la palabra de Dios fue puesta por escrito, dones particulares como el de profecía (revelaciones de Dios), milagros, sanidades, lenguas e interpretación de lenguas, ya no fueron necesarios y cesaron (1 Corintios 13:8-10).

I. LOS DONES DE SANIDADES

Recordemos que desde la caída del hombre en el jardín del Edén, la enfermedad ha sido una terrible realidad. Por milenios la búsqueda de curas para aliviar enfermedades y sufrimiento ha ocupado a la humanidad. La enfermedad y la muerte han afligido y finalmente conquistado a toda persona desde Adán. Solamente Enoc y Elías han escapado de la muerte (Génesis 5:24; 2 Reyes 2:11). Solamente Jesús la ha conquistado y ha resucitado en gloria.


Cada persona de los miles de millones que han nacido, finalmente han perecido, ya sea por enfermedad, por lesiones o por alguna clase de dolencia. Nadie, ni siquiera los que alegan tener dones de sanidad, está exento.

¡Por supuesto que sería hermoso y gratificante tener el don de sanidad! Y aliviar de toda enfermedad a las personas que están a nuestro alcance y fuera de el, pero lamentablemente esto no es posible. Sin embargo, andan por allí muchos “sanadores”, que lejos de curar a las multitudes como Jesús, sólo se limitan a ejercitar su “don” en un ambiente controlado, escenificado a su manera, manejado de acuerdo con su plan.

¿Por qué todos aquellos carismáticos que argumentan poseer el don de sanidad no acuden a las salas de los hospitales? ¿Por qué no hay más sanadores usando sus dones con los enfermos de cáncer, SIDA, y toda clase de enfermedad terminal? La razón es sencilla, porque los que pretenden tener el don de sanidad NO lo tienen realmente. El don de sanidad era una señal temporal para validar las Escrituras como la Palabra de Dios. Una vez que esa autenticidad fue establecida, el don de sanidad cesó.

La escritura nos enseña que aunque Dios está interesado por nuestros cuerpos, está infinitamente más interesado por nuestras almas (Mateo 10:28). Debemos comprender que aunque los cristianos pudieran sanar a cualquiera a su voluntad así como Jesús lo hizo, las masas ni así todavía creerían el evangelio. Después de todas las maravillosas sanidades de Jesús, ¿qué hizo la gente? Lo crucificaron. A los apóstoles no les fue mejor. Ellos hicieron milagro tras milagro de sanidad. ¿Y qué pasó? Fueron encancerlados, perseguidos y hasta asesinados. La salvación no viene por experimentar o contemplar sanidad física. La salvación viene por escuchar y creer el evangelio (Romanos 10:17).

El don de sanidad, sin embargo, han pretendido tenerlo, a través de los siglos, no sólo cristianos, sino también paganos (sanadores síquicos, ocultistas, brujos y shamanes). Satanás siempre ha retenido a la gente en su dominio por medio de sanidades falsas.

Aunque los métodos y actividades de los que pretenden que tienen el don de sanidad no son coherentes con la Escritura, no puede negarse que suceden cosas en sus servicios. ¿hay alguna explicación para esas cosas?



Uno podría pensar que existe una tremenda cantidad de evidencia para apoyar los reclamos que hacen los sanadores. No es así. La mayor parte de la “evidencia” que los sanadores citan como su prueba, no puede ser probada. Es una conjetura o una opinión subjetiva. Aquellos que dicen haber sido sanados, después se encuentran con que la “cura” ha sido puramente sintomática y pasajera. La enfermedad real continúa.

Cuando los sanadores por fe prueban a tratar enfermedades orgánicas serias (infecciones, ataques al corazón, piedras en la vesícula biliar, discos fuera de lugar, cáncer de todas clases, huesos rotos y deformidades congénitas entre otras), a menudo son responsables de angustia e infelicidad indecibles. Algunas veces mantienen al paciente alejado de ayuda eficaz y que posiblemente le pueda salvar la vida. Sin embargo, millares de personas inteligentes continúan yendo a sus servicios. ¿Por qué? Porque la desesperación a menudo acompaña a la enfermedad. La enfermedad mueve a la gente a hacer cosas frenéticas y extremas que normalmente no haría. Gente que ordinariamente es de mente clara, inteligente y equilibrada se vuelve irracional. Satanás sabe eso, esa la razón por la que dijo: “¿Piel por piel! Todo lo que el hombre tiene lo dará por su vida” (Job 2:4).

Hay mucha confusión, culpa y pesar entre carismáticos y no carismáticos por lo que les han dicho acerca de la sanidad. La agonía de la enfermedad y de la dolencia solamente se intensifica cuando la gente piensa que no es sanada por causa de su pecado, por falta de fe o por la indiferencia de Dios hacia ellos. Razonan que si hay sanidad disponible y ellos no la reciben, es por falta de ellos o de Dios. De esta manera los sanadores por fe han dejado indecible daño tras de ellos.

Sin ninguna duda, podemos decir que las sanidades genuinas pueden venir como resultado de la oración y que en la mayor parte incluyen sencillos procesos naturales y que otras veces, Dios apresura los mecanismos de recuperación y restaura a una persona enferma a la salud en una manera que la medicina no puede explicar. En ocasiones, pasa por alto un pronóstico médico y permite que alguien se recupere de una enfermedad normalmente debilitante. Sanidades como esa vienen en respuesta a la oración y a la soberana voluntad de Dios y pueden suceder cada vez.




No obstante lo anterior, el don de sanidad, la capacidad para sanar a otros, unciones especiales para ministerios de sanidad, sanidades que pueden ser “reclamadas” y otras técnicas típicas de la sanidad por fe, no tienen sanción bíblica en la era post apostólica.

Para hacer una comparación entre el don de sanidad que se pretende hoy día y lo que la Biblia enseña, sencillamente tenemos que regresar y mirar el ministerio de Jesús. Nuestro Señor estableció el patrón para los dones apostólicos, e hizo muchas sanidades. En el tiempo de Jesús el mundo estaba lleno de enfermedad. La ciencia médica era primitiva y limitada. Había más enfermedades incurables que las que tenemos ahora. Las plagas podían barrer ciudades enteras.

Además, Jesús sanaba enfermedades para demostar su deidad. ¿Cómo lo hacía Jesús? La escritura revela seis características notables del ministerio de sanidad de Jesús:

1) Primera: Jesús sanaba con una palabra o un toque, Mateo 8 enseña cómo Jesús sanó al siervo de un centurión, aún sin tenerlo al frente y con su sola palabra. En Juan 6 cuando Jesús alimentó a los cinco mil, él había pasado la mayor parte del día sanando gente de la multitud que estaba enferma. La Escritura no nos dice cuánta gente fue sanada, quizá fueron cientos. Pero cualquiera que haya sido el número, Jesús los sanó con una palabra. No hubo teatralerías ni un ambiente especial. En Marcos 5:25-34 encontramos el caso especial de una mujer con flujo crónico de sangre que fue sanada simplemente por tocar el manto de Jesús.

2) Segunda: Jesús sanaba instantáneamente, el criado del centurión “fue sanado aquella hora” (Mateo 8:13). La mujer con el problema de hemorragia fue sanada “al instante” (Marcos 5:29). Jesús sanó en el acto a diez leprosos en el camino (Lucas 17:14). El tocó a otro hombre con lepra y “al instante desapareció de él” (Lucas 5:13). El paralítico en el estanque de Betesda “al instante...fue sanado, tomó su lecho y anduvo” (Juan 5:9). Hasta el hombre nacido ciego fue sanado tan pronto hizo lo que Jesús le mandó (Juan 9:1-12).

A menudo, la gente dice: “He sido sanado, y ahora estoy mejorando” Jesús nunca sanaba “progresivamente”. Si Jesús no hubiera sanado instantáneamente, no hubiera habido base para probrar su deidad.



3) Tercera: Jesús sanaba totalmente, En Lucas 4, Jesús dejó la sinagoga y vino a la casa de Simón Pedro. La suegra de Pedro estaba allí, sufriendo de una alta fiebre. Jesús se inclinó sobre ella, “reprendió a la fiebre”, e inmediatamente ella se puso bien (v.39). De hecho, ella se levantó enseguida y empezó a servirles. No hubo un período de recuperación. Su sanidad fue instantánea y total. Esa fue la única clase de sanidad que Jesús hizo en este y en todos los casos.

4) Cuarta: Jesús sanó a todos, a diferencia de los sanadores de hoy, Jesús no dejó largas líneas de gente desilusionada que tuvo que regresar a su hogar en sillas de ruedas. Él no tuvo servicios especiales o días de sanidad que terminaban a cierta hora, se ocupó de todos aquellos que vinieron o fueron traidos a su presencia (Lucas 4:40, 9:11).

5) Quinta, Jesús sanaba enfermedades orgánicas, Jesús no recorría Palestina sanando dolores en la espalda, palpitaciones del corazón, dolores de cabeza y otras dolencias. Él sanaba las clases más obvias de enfermedad orgánica: piernas tullidas, manos secas, ceguera, parálisis, en todos los casos eran milagros innegables.

6) Sexta, Jesús resucitaba los muertos, un ejemplo de ellos está en Lucas 7:11-16 con el hijo de la viuda de Naín, o el caso de la hija de un principal de la sinagoga (Marcos 5:22-24, 35-43) o el conocido caso de Lázaro (Juan 11:1-12:17).

II. ¿QUÉ ERA EL DON BÍBLICO DE MILAGROS?

Para empezar, diremos que: un milagro es un evento extraordinario obrado por Dios mediante un agente humano, un evento que no puede ser explicado por fuerzas naturales. Los milagros siempre tienen el propósito de refrendar el instrumento humano que Dios ha escogido para declarar una revelación específica a los que atestiguan el milagro.

Los milagros en la Escritura son también llamados “señales y prodigios” (Éxodo 7:3; Deuteronomio 6:22, 34:11; Nehemías 9:10; Salmos 135:9; Jeremías 32:21; Daniel 6:27; Juan 4:48; Hechos 2:43, Romanos 15:19; 2 Corintios 12:12; Hebreos 2:4). Incluyen fuerzas sobrenaturales, sobrehumanas, asociadas específicamente con los mensajeros de Dios y no son meramente sucesos extraños, coincidencias, eventos sensacionales, o anomalías naturales.

Los milagros y las sanidades eran dones extraordinarios de señales, dados para confirmar la revelación de Dios. Los milagros podían incluir sanidad, y las curaciones hechas por hombres con el don de sanidad eran todas milagrosas, de modo que, en un sentido, los dones coincidían. El gran obrador de milagros era el Señor Jesucristo mismo. Básicamente Jesús hizo tres clases de milagros: Sanidades (Incluyendo resucitar muertos); echar fuera demonios (Que a menudo resultaba en sanidad); y milagros en la naturaleza (Como multiplicar los panes y los peces, calmar la mar y caminar sobre el agua). Todos esos milagros eran señales que apuntaban a la realidad del reclamo de Jesús de ser Dios (Juan 2:11; 5:36, 20:30-31, Hechos 2:22).

Una vez que la obra de Cristo fue terminada, los apóstoles tuvieron la tarea de proclamar y registrar su mensaje en la Escritura. Para validar su trabajo, Dios les dio la capacidad de hacer milagros de sanidad y de echar fuera demonios. Nada indica en el Nuevo Testamento que alguien que no fuera Jesús hiciera milagros en la naturaleza. Los apóstoles nunca crearon comida, ni calmaron la mar, ni caminaron sobre las aguas por sí mismos (Cuando Pedro caminó sobre el agua, Jesús estaba presente y lo ayudó. Nada sugiere que él haya repetido alguna vez la experiencia).

Lamentablemente, la sociedad hoy en día está obsesionada con lo sobrenatural, al punto de que la gente está deseosa de interpretar casi cualquier fenómeno raro como una maravilla sobrenatural, mas y más escuchamos de eventos extravagantes e inusitados que popularmente son mal interpretados como milagros: tales como “las apariciones” de Cristo o la Virgen María en tal o cual cosa, a la que inmediatamente las multitudes se vuelvan a adorar.

El hambre que la gente tiene de fenómenos misteriosos y asombrosos está a un nivel no superado en la historia de la iglesia. Ansiosas de contemplar milagros, muchas personas parecen dispuestas a creer que casi cualquier cosa inusitada es un prodigio genuino y celestial. Eso presenta un tremendo peligro para la iglesia, porque la Escritura nos dice que los milagros falsos, extremadamente creíbles, serán una herramienta principal de Satanás en los últimos tiempos. Como Jesús dijo: “Porque se levantarán falsos cristos y falsos profetas, y darán grandes señales y maravillas de tal manera que engañarán, de ser posible, aun a los escogidos.” Luego añadió, como si supiera que muchos ignorarían la advertencia: “¡Mirad! Os lo he dicho de antemano” (Mateo 24:24-25). Seguramente a la luz de esas palabras de nuestro Señor, se asegura algún escepticismo sano por parte de los cristianos.

Antes de continuar, quizás es necesario establecer que sí es posible que en la actualidad Dios obre milagros y prodigios, porque su poder no ha disminuido ni su mano se a acortado; sin embargo, como creyentes bautistas, no creemos que Dios aún usa a hombres y mujeres como agentes humanos para obrar milagros en la misma manera que usó a los hombres de la Biblia y que los milagros, las señales y prodigios reclamados hoy día en el movimiento carismático no tienen nada en común con los milagros apostólicos. Y estamos convencidos por la Biblia, de que nada como el don de milagros del Nuevo Testamento está en operación en nuestra época. El Espíritu Santo no ha dado a ningún cristiano de tiempos modernos dones milagrosos comparables a los que dio a los apóstoles.

Cuando el Antiguo y el Nuevo Testamento se completaron, la revelación de Dios se terminó. Mediante muchas señales, prodigios y milagros Dios validó este libro.

¿Hay necesidad posterior de milagros para probar la revelación de Dios? ¿Puede alguien con fe “reclamar” un milagro, como algunos enseñan? ¿Hace Dios milagros a la orden? Y, ¿los fenómenos aclamados hoy como señales, prodigios y sanidades, tienen algún parecido con los milagros obrados por Cristo y los apóstoles? La respuesta a todas estas preguntas es NO.

Nada en la Escritura indica que los milagros de la era apostólica tuvieran el propósito de ser continuados en eras subsiguientes. La Biblia tampoco exhorta a los creyentes a buscar ninguna manifestación milagrosa del Espíritu Santo. En todas las epístolas del Nuevo Testamento, hay solamente cinco mandamientos relacionados relacionados con los creyentes y el Espíritu Santo:

1) “Andemos en el Espíritu” (Gálatas 5:25)
2) “No estristescáis al Espíritu Santo de Dios” (Efesios 4:30)
3) “Más bien, sed llenos del Espíritu” (Efesios 5:18)
4) “No apaguéis el Espíritu” (1 Tesalonicenses 5:19)
5) “Orando en el Espíritu Santo” (Judas 20)

No hay mandamiento en el Nuevo Testamento de buscar milagros. Pero los carismáticos creen que los dones de milagros espectaculares fueron dados para la edificación de los creyentes. ¿Apoya la Palabra de Dios tal conclusión? No. De hecho, la verdad es lo contrario. Las lenguas, las sanidades y los milagros sirvieron como señales para validar una era de nueva revelación. Cuando la era de la revelación llegó a su final, las señales también cesaron.

Los crédulos de los reclamos de los milagros modernos especialmente los que son más celosos defensores de las señales y prodigios contemporáneos, a menudo parecen renuentes a tratar con la posibilidad, de que esas maravillas puedan ser realmente validación de una variedad diabólica de “revelación”. Ciertamente, los cristianos que buscan señales milagrosas se están exponiendo al engaño satánico.

CONCLUSIÓN

Dios es obrador de milagros y nuestro poderoso sanador, el hombre no; por la oración de los creyentes, aún en la actualidad el Señor puede obrar milagrosamente; pero esto no significa que un creyente en particular tenga el don de milagros, ni mucho menos de sanidad.









1) MacArthur, John F. Los Carismáticos, una perspectiva doctrinal. Título del original: Charismatic Chaos. Traductor: Casa Bautista de Publicaciones. Editorial Casa Bautista de Publicaciones. 2da. ed. El Paso TX, 1995. 320 págs.
2) Matlick, Jack. Entendiendo el Movimiento Carismático, un análisis crítico a la luz de la Biblia. Ediciones las Américas, A.C. 1ra. ed. México, 1992. 115 págs.
3) Ministerio Palabra de Vida. Confusión Carismática. México [s.f.]. 25 págs.

Los dones espirituales



EL INICIO DE LA OBRA DEL ESPÍRITU SANTO EN LA IGLESIA
(LOS DONES ESPIRITUALES)

Al querer hablar de los dones espirituales, se “corre el riesgo” de afectar las creencias de muchos (prácticamente todos) creyentes carismáticos, ya que para ellos, en la actualidad ha habido un “resurgimiento” de aquellos dones experimentados por la iglesia apostólica; sin embargo, al realizar un análisis exhaustivo de la Biblia, encontraremos que los dones, tal como se encontraron en el pasado, no son ya aplicables en nuestra actualidad. El problema surge del hecho de no estudiar toda la Biblia, sino sólo de tomar “algunos pasajes útiles” para apoyar ciertas enseñanzas; por esta razón, como un complemento al estudio del capítulo 12 de 1 Corintios, realizaremos un análisis de cuatro capítulos del libro de los Hechos (2, 8, 10 y 19), que serán de mucha ayuda para entender de qué manera y con qué propósitos, el Espíritu Santo se manifestó de manera diferente entre los nuevos creyentes de la iglesia primitiva.

Antes de entrar de lleno al tema, empezaremos diciendo que en el mayor de los casos (porque, aunque pocas, existen algunas iglesias pentecostales conservadoras), la experiencia es el fundamento sobre el que está edificado gran parte del sistema de creencias carismático. La experiencia es también la autoridad que los carismáticos citan más frecuentemente para validar sus enseñanzas. El libro de Hechos, un diario de experiencias de los apóstoles, es a donde generalmente se vuelven en busca de apoyo bíblico para lo que creen; pero es necesario precisar que el libro de Hechos:

1) Es una narración histórica, en contraste con las epístolas, que son didácticas.

2) Es una crónica de las primeras experiencias de la iglesia; las epístolas contienen instrucción para los creyentes desde el principio hasta el fin de la edad de la Iglesia.

3) Es un registro de acontecimientos en el período apostólico, pero no significa que cada evento o fenómeno registrado allí es normativo para toda edad eclesiástica.


4) Registra solamente los primeros días de la era de la iglesia y muestra a dicha iglesia en transición del antiguo pacto al nuevo. El pacto antiguo se desvanece y el pacto nuevo entra en toda su plenitud.

5) Contiene eventos excepcionales, pero cada uno con un propósito específico, siempre asociados con el ministerio de los apóstoles y su frecuencia puede ser vista disminuyendo dramáticamente, del principio del libro al fin.

Los puntos anteriores son de relevancia absoluta, ya que los carismáticos anhelan las experiencias descritas en Hechos y consideran que los eventos extraordinarios de la iglesia primitiva son un sello actual de la obra del Espíritu Santo que debe ser esperada rutinariamente por los cristianos de todos los tiempos, es decir, toman ese libro como normativo, sin considerar plenamente todo el contexto de las epístolas.

John F. MacArthur cita en su libro a Gordon D. Fee (1), él mismo un carismático, quien dice lo siguiente:

Si la iglesia primitiva es normativa, ¿Cuál expresión de ella es normativa? ¿Jerusalén? ¿Antioquía? ¿Filipos? ¿Corinto? Es decir, ¿por qué no todas las iglesias venden sus posesiones y tienen todas las cosas en común? O además, ¿es del todo legítimo tomar declaraciones descriptivas como normativas? Si es así, ¿cómo distingue uno de las que no lo son? Por ejemplo, ¿debemos seguir el patrón de Hechos 1:26 y escoger líderes echando suertes?¿cuál es exactamente el papel que juega el precedente histórico en la doctrina cristiana o en el entendimiento de la experiencia cristiana? (“La Hermenéutica y el precedente histórico: un problema importante en la hermenéutica pentecostal” Ed. Grand Rapids: Baker, 1976. Pág.123).

I. LA DOCTRINA ERRÓNEA DE LA SUBSECUENCIA

Hechos 2:4 es la piedra de toque carismática, que contiene lo que muchos carismáticos consideran como la verdad central del Nuevo Testamento: “...y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen”. La mayoría de los carismáticos creen que este versículo enseña que el cristiano recibe el Espíritu Santo en forma limitada y que por ello deben procurar el bautismo en el Espíritu para moverse a “un nivel superior” de vida espiritual y que esa experiencia va acompañada por hablar en lenguas y resulta en una nueva motivación y poder espiritual.



A lo anterior se le conoce como la doctrina de la subsecuencia (primero la salvación, después el bautismo del Espíritu).

No obstante lo anterior, 1 Corintios 12:13 nos dice lo siguiente “Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu” lo cual indica un evento común para TODOS y no menciona evidencia como las lenguas y tampoco exhorta aquí – y en ningún otro lugar – a procurar el bautismo del Espíritu.

Los creyentes en Hechos 2, sencillamente esperaron en ferviente oración el cumplimiento de la promesa del Señor (Hechos 1:4, 14). En los capítulos 8, 10 ó 19 no se menciona ninguna búsqueda, por lo que podemos afirmar que todo creyente es:

1) Nacido del Espíritu Santo (Juan 3:5),
2) Bautizado con el Espíritu (1 Corintios 12:13),
3) Habitado por el Espíritu Santo (1 Corintios 6:19) y
4) Sellado por el Espíritu Santo (Efesios 1: 13-14).

Las cuatro acciones referidas acontecen simultáneamente en la conversión. Cada persona que se convierte es bautizada en el cuerpo de Cristo por el Espíritu Santo y eso ocurre solamente una vez en la vida del creyente.

Sin duda, el error de la doctrina carismática de la subsecuencia radica precisamente en el hecho de creer que al recibir “El bautismo del Espíritu Santo”, se entra a un nivel superior de espiritualidad, sin ningún esfuerzo ni participación del creyente; pero Pablo escribió en Romanos 12:2 “…transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento…” sin embargo, muchos carismáticos creen que uno puede renovar su mente y adquirir santidad sin esfuerzo consciente. La santificación, creen ellos, puede venirle a uno de inmediato por medio de una experiencia.

Desde el principio, el movimiento carismático ha florecido porque promete un atajo a la madurez espiritual. Una de las grandes atracciones de ese movimiento ha sido siempre que ofrece a los creyentes poder, entendimiento y espiritualidad en forma inmediata, mediante una experiencia, sin el tiempo, sin los dolores y las luchas que son parte natural de cualquier proceso de crecimiento (Efesios 6:12, 1 Pedro 4:12-13).

Pero, ¿realmente hay un atajo a la santificación? ¿Puede un creyente ser llevado instantáneamente de la infancia espiritual, a la madurez espiritual? No, según la Escritura.

Para el carismático típico, la entrada a la espiritualidad es a través de la experiencia, generalmente hablando en lenguas. El término realmente usado por ellos es: “tocado”. Describe exactamente la manera en que la mayoría de los carismáticos consideran la santificación; es decir, que una vez que uno recibe el “bautismo del Espíritu”, la espiritualidad es suya. Desafortunadamente no funciona de esa manera. Cuando el brillo de una experiencia se desvanece, están obligados a buscar otra y luego otra. Ellos encuentran que una segunda obra de gracia no es bastante; necesitan una tercera, una cuarta, una quinta, etc.

En su esfuerzo por buscar algo más, los carismáticos a menudo abandonan la Biblia y el verdadero sendero de la espiritualidad sin proponérselo, para andar errabundos por el camino de la experiencia hasta su inevitable callejón sin salida.

Los carismáticos cuya única fuerza se deriva de la experiencia última o más alta, de hecho, es más probable que sean débiles e inmaduros espirituales.

Ser “espiritual” significa sencillamente poseer el Espíritu Santo, como lo indica claramente Romanos 8:6-9, donde incluso dice que: “... si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él” (Romanos 8:9). Sin embargo, aunque todos los cristianos son espirituales por su posición en Cristo, no siempre son espirituales en su práctica. Es decir, no siempre actuamos espiritualmente. Por esa razón Pablo escribió acerca de los niños espirituales en 1 Corintios 3:1-3.

Una marca básica de la verdadera espiritualidad es una profunda conciencia del pecado (Lucas 5:8, Isaías 6:5), la gente espiritual comprende que está en una lucha a muerte con el pecado. Pablo dijo que él moría diariamente (1 Corintios 15:31).

La trampa en que muchos creyentes caen, es la de creer que su experiencia carismática resuelve la lucha con la carne. No es así, no importa qué clase de experiencia piensen que han tenido, no importa cuán a menudo hablen en lenguas; todavía enfrentan el mismo desafío que tienen los cristianos: la necesidad de andar en el Espíritu en obediencia a la Palabra y morir al yo y al pecado cada día.


Para empeorar la dificultad, cuando los carismáticos tropiezan, es improbable que reconozcan su responsabilidad por el fracaso. Culparán a los poderes demoníacos (argumentando poseer (¿?) el espíritu del adulterio, del enojo o la ira, de la envidia, etc.) en vez de volver a examinar su teología de la santificación.

El asunto es que la espiritualidad no es un estado permanente al que se entra en el momento en que uno es “tocado” con alguna clase de experiencia espiritual. Espiritualidad es simplemente recibir en nuestro corazón la Palabra de Dios todos los días y luego vivir en obediencia a ella a través de un andar en el Espíritu momento a momento (Gálatas 5:16, 25). El objetivo final de la espiritualidad es ser como Cristo (1 Corintios 1:11, Gálatas 2:20, Efesios 4:13, Filipenses 1:21).

II. UN ANÁLISIS DE HECHOS 2, 8, 10 Y 19

De los capítulos que estudiaremos, sólo el 2 y 8 indican que los creyentes sí reciben el Espíritu después de la salvación. En el 10 y 19 los creyentes fueron bautizados en el Espíritu en el momento de creer.

¿Y qué de las lenguas? Los creyentes hablaron en lenguas en Hechos 2, 10 y 19, pero no hay registro de lenguas en el capítulo 8. Si las lenguas debieran ser la experiencia normal, ¿por qué no se mencionan en Hechos 8 cuando los samaritanos recibieron el Espíritu Santo? ¿Por qué el texto en Hechos 2 al 4 no dice que todos los que creyeron después del sermón de Pedro (más de 5000 Hechos 4:4) y recibieron el Espíritu Santo (Hechos 2:38) también hablaron en leguas?

1) Hechos 2: 1-4

Juan 20:21-22 dice: “...habiendo dicho esto, sopló, y les dijo: Recibid el Espíritu Santo...”, pero esto no indica que en ese momento los apóstoles recibieron el Espíritu Santo, simplemente dice: “Recibid el Espíritu Santo” ¿Qué quería decir Jesús? La declaración era un voto o promesa que sería cumplida el día de Pentecostés. Declaraciones posteriores en Juan 20 parecen confirmar que los discípulos no recibieron el Espíritu allí en el aposento alto. Ocho días después Jesús vino a ellos donde estaban escondidos, llenos de temor, en un cuarto cerrado (Juan 20:26).


En Hechos 1:4, justo antes de su ascensión, Jesús reunió a los discípulos y les dijo que no se fueran de Jerusalén sino que esperaran la promesa del Padre, la promesa del Padre parece referirse a Juan 14:16, era una promesa que el Espíritu Santo vendría.

De nuevo en Hechos 1:8 notamos que la promesa todavía estaba sin cumplir. Si el Espíritu hubiera venido sobre ellos en Juan 20, el poder ya estaría allí y no habría nada por qué esperar. Notemos que Juan 7:39 declara explícitamente que el Espíritu no vendría hasta que Jesús hubiera sido glorificado, y que él no podía ser glorificado hasta que hubiera ascendido, también es conveniente ver Juan 16:7

Cuando el Espíritu Santo vino en pentecostés, fue establecido un nuevo orden, desde entonces el Espíritu Santo viene a cada creyente en el momento de la fe, y habita en él en una relación permanente y residente. Por eso Romanos 8:9 enseña que todos los cristianos han sido bautizados por el Espíritu en el cuerpo de Cristo, y en otro lugar dice que a todos se nos ha dado a beber de un solo Espíritu (1 Corintios 12:13).

John F. MacArthur cita a John R. Stott (2), quien sobre lo referido en el párrafo anterior dijo que:

Los 3000 no parecen haber experimentado el mismo fenómeno milagroso (el viento fuerte y violento, las lenguas de fuego, o hablar en lenguas extranjeras)....no obstante había esta diferencia entre ellos: los 120 ya eran regenerados y recibieron el bautismo del Espíritu sólo después de esperar en Dios por diez días. Los 3,000 por su parte eran incrédulos y recibieron el perdón de sus pecados y el don del Espíritu simultáneamente, y sucedió inmediatamente que se arrepintieron y creyeron, sin necesidad de esperar.

Esta diferencia entre los dos grupos, los 120 y los 3,000 es de gran importancia, porque la norma para hoy seguramente debe ser el segundo grupo, los 3,000, y no (como a menudo se supone) el primero.

El hecho de que la experiencia de los 120 fuera en dos etapas distintas se debió simplemente a circunstancias históricas...Nosotros vivimos después del acontecimiento de Pentecostés, como los 3,000. Con nosotros, por eso, como con ellos, el perdón de los pecados y el “don” o “bautismo” el Espíritu se reciben juntos (Baptism and Fulness “Bautismo y plenitud” (Downers Grove, III.: InterVarsity, 1976) pág. 28-29).

En Hechos 2 también encontramos que sólo los 120 hablaron en otras lenguas, por medio de las cuales comunicaron las obras maravillosas de Dios a todos los extranjeros reunidos en Jerusalén.

Dichas lenguas (3) tuvieron un propósito definido:

• Ser una señal de juicio sobre el Israel incrédulo (1 Corintios 1:22, 14:21),
• Mostrar la inclusión de otros grupos en una Iglesia, y
• Confirmar la autoridad espiritual de los apóstoles.

El acontecimiento registrado en Hechos 2, fue un prodigio singular. Este fue el primero y último pentecostés para la iglesia. Dios quería que todos supieran que algo inusitado estaba sucediendo y por eso hubo un sonido como de un viento recio. Hubo lenguas repartidas como de fuego sobre cada uno de los discípulos, y hablaron en otras lenguas.

Dios quería que todos los que recibieron ese bautismo inicial supieran que eran parte de un acontecimiento único y dramático. Dios quería que los peregrinos que estaban en Jerusalén, de diferentes países y regiones circundantes, escucharan el mensaje en sus propios dialectos (Hechos 2:7-12).

Podemos terminar diciendo que “hablar en otras lenguas” simplemente significa que ellos hablaban en un lenguaje diferente del que estaban acostumbrados a hablar, su lengua materna. Esto está bien claro, pues los judíos que estaban en Jerusalén habían venido de por lo menos 16 regiones diferentes y cada uno oyó que estos hombres, hablaban en la lengua peculiar de su tierra. El don de lenguas en Hechos 2, por tanto, fue nada más que la habilidad de hablar en una lengua que no habían aprendido. Judíos de varios países estaban presentes y todos oyeron enseñanzas inteligentes. Nada de lenguaje inarticulado que ninguno entendía, simplemente su propia idioma.

2) Hechos 8: 4-17

Otro acontecimiento importante para nuestro tema en estudio es el hecho de que los samaritanos que habían creído al evangelio, habían sido bautizados en el nombre del Señor Jesús, pero todavía no habían recibido el Espíritu Santo.

La razón para el intervalo entre la salvación de los samaritanos y su recepción del Espíritu Santo es que ellos estaban viviendo en un período de transición entre los pactos.

El odio entre los judíos y los samaritanos (4) era bien conocido. Si esos samaritanos hubieran recibido el Espíritu Santo en el momento de la salvación, la división terrible entre los judíos y los samaritanos pudiera haber continuado en la iglesia cristiana. Pentecostés hubiera sido un acontecimiento judío, y la iglesia hubiera sido formada exclusivamente por judíos creyentes en Cristo.

Si los samaritanos hubieran empezado su propio grupo cristiano, las rivalidades antiguas y los odios podrían haberse perpetuado, con una iglesia judía compitiendo contra asambleas samaritanas y gentiles. En lugar de eso, Dios retuvo la dación del Espíritu Santo a los samaritanos hasta que los apóstoles judíos pudieran estar con ellos. Todos necesitaban ver, en una manera que nadie pudiera rebatir, que el propósito de Dios bajo el Nuevo Pacto trascendía a la nación de Israel e incluía hasta a samaritanos en una iglesia.

Podemos resumir lo anterior, diciendo que:

a) Era importante que los samaritanos entendieran el poder y autoridad de los apóstoles.

b) Era importante que los judíos conocieran que los samaritanos eran parte del cuerpo de Cristo, y

c) Era importante que los samaritanos supieran que los apóstoles judíos eran los canales de verdad divina.

De manera adicional, es importante analizar Hechos 8:16 donde nos dice que “…porque aún no había descendido sobre ninguno de ellos…”, donde la palabra griega para “aún no” es OUDEPO El término no solamente significa algo que “no ha sucedido” sino algo “que debiera haber sucedido” pero aún no.



En otras palabras, el versículo dice que los samaritanos eran salvos, pero por alguna razón especial, lo que debiera haber sucedido –la venida del Espíritu Santo- no había ocurrido todavía.

Y así, aunque hubo un intervalo entre la recepción de Cristo por los samaritanos y su recepción del Espíritu Santo, se debió a la crucial transición que estaba sucediendo en la iglesia primitiva.

La brecha permitió a todos ver claramente que Dios estaba haciendo una nueva cosa en la iglesia. Probó a los apóstoles y a todos los otros creyentes judíos que fueron testigos, que los samaritanos eran aceptados por Dios en la iglesia, lo mismo que los creyentes judíos. Tenían al mismo Cristo, la misma salvación, la misma aceptación por Dios, y el mismo Espíritu Santo; y estaban bajo la misma autoridad apostólica. Este evento sirvió como una lección audiovisual para toda la iglesia de que la pared intermedia de separación ciertamente había sido derribada (Efesios 2:14-15).

Es interesante que en Hechos 8 no hay mención de lenguas o del sonido del viento.

3) Hechos 10:44-48

Un tercer pasaje a menudo citado como apoyo para la doctrina pentecostal y carismática de la subsecuencia es Hechos 10, que registra la salvación y la recepción del Espíritu Santo por Cornelio y otros gentiles en Cesarea de Filipo. El evangelio ciertamente estaba ahora alcanzando “hasta lo último de la tierra” (Hechos 1:8).

Si había una hendedura entre los samaritanos y los judíos, se había desarrollado un abismo prácticamente insalvable entre gentiles y judíos, por ejemplo:

a) Cuando un judío regresaba de viaje por un país gentil, se sacudía el polvo de sus pies y sus ropas porque no quería arrastrar suciedad gentil a Judea.
b) Un judío no podía entrar en la casa de un gentil y no comía alimentos cocinados por manos gentiles.
c) Algunos judíos ni siquiera compraban carne cortada por un carnicero gentil.



No obstante, el Señor le dio a Pedro una visión que le enseñó que Dios no hace diferencia entre personas. Justo después de que Pedro tuvo la visión, tres hombres vinieron a la casa donde él se estaba hospedando y le explicaron que ellos habían sido enviados por Cornelio, quien quería ver a Pedro y aprender más acerca de Dios. Recordando la visión que acababa de experimentar, Pedro se tragó su prejuicio judío y consintió en acompañar a los gentiles de regreso a Cesarea, donde vivía Cornelio. Una vez allí, Pedro presentó el evangelio. Cornelio y el resto de la gente presente creyeron.

Pedro y los otros judíos que lo habían acompañado al hogar de Cornelio estaban atónitos “porque el don del Espíritu Santo fue derramado también sobre los gentiles” (Hechos 10:45-46). Pedro concluyó, “¿Acaso puede alguno negar el agua, para que sean bautizados estos que han recibido el Espíritu Santo, igual que nosotros” (Hechos 10:47).

Dos cosas son dignas de notar aquí en relación con la doctrina carismática. Una, es que no hubo un intervalo entre la fe de Cornelio en Cristo y su recepción del Espíritu Santo. En segundo lugar, Pedro y los judíos que estaban con él estaban todos atónitos. ¿Por qué? Porque oyeron que los gentiles hablaban en lenguas y glorificaban a Dios. Aunque las lenguas eran primeramente una señal de juicio para el incrédulo Israel (1 Corintios 14:21-22), Dios repitió aquí el fenómeno como una manera de demostrar a los creyentes judíos que el Espíritu Santo había venido a los gentiles tal como lo había hecho con ellos.

Aquí estaba pasando lo mismo que en Samaria. Este era el tiempo de transición. Si no hubiera evidencia visible del Espíritu Santo, Pedro y los otros no se hubieran convencido tan rápidamente de que los gentiles eran ahora una parte del cuerpo de Cristo. Como sí hubo, los creyentes judíos vieron una demostración irrefutable de que esos gentiles estaban en Cristo. Pedro inmediatamente concluyó que ellos debían ser bautizados (Hechos 10:47). Obviamente Pedro estaba equiparando recibir el Espíritu Santo con la salvación. Los gentiles habían recibido el mismo Espíritu Santo que había venido a los judíos. Pedro sabía más allá de duda que ellos eran salvos y que debían ser bautizados.

Estos eventos estaban sucediendo por razones específicas en este período de transición histórica. Los gentiles recibieron el Espíritu Santo al tiempo de la conversión. Hablaron en lenguas, como prueba a todos de que ellos eran ahora parte de la iglesia (Gálatas 3:28, Efesios 2:14-18).


Al mismo tiempo, los gentiles podían reconocer la autoridad apostólica porque Pedro había estado con ellos y los había guiado a Cristo. Y más importante: ambos grupos sabían que tenían el mismo Espíritu Santo y eran parte del mismo cuerpo.

4) Hechos 19: 1-7

Hechos 19 sigue mostrando a la iglesia en transición. Aquí tampoco hay subsecuencia, ningún intervalo entre la salvación y el bautismo en el Espíritu. A algunos carismáticos les gustaría alegar que esa gente había sido creyente en Cristo antes del encuentro registrado aquí, pero un estudio del texto muestra claramente que no lo eran.

Los discípulos de Efeso no eran cristianos. Eran creyentes en el sentido del Antiguo Testamento. La suma de su conocimiento espiritual se detenía en Juan el Bautista, y de alguna manera, no estaban familiarizados con el ministerio de Cristo.

Notemos que aquellos doce discípulos de Efeso, una vez que escucharon acerca de Jesús, creyeron y fueron bautizados en su nombre. Cuando Pablo les impuso las manos, el Espíritu Santo vino sobre ellos y empezaron a hablar en lenguas y a profetizar (v.5-6).

Obviamente, esos discípulos no estaban buscando el Espíritu Santo ni las lenguas. Pablo inició la conversación acerca del Espíritu Santo. Ellos no habían escuchado de ninguno de los fenómenos asociados con la venida del Espíritu. La mayoría de las traducciones de Hechos 19:2, no captan completamente las implicaciones de la respuesta de los creyentes efesios a la pregunta de Pablo. En esencia ellos dijeron: “Ni siquiera habíamos oído que el Espíritu Santo había sido dado” (v.2). Es probable que ellos supieran del Espíritu Santo. Si ellos eran seguidores del bautismo de Juan lo habrían escuchado hablar del Espíritu (Lucas 3:16). Pero ellos no habían oído si el Espíritu Santo había sido dado o no. ¿Por qué? Porque todavía no habían escuchado nada acerca de Jesucristo.

Tan pronto como Pablo escuchó su respuesta, él empezó a indagar. En seguida se dio cuenta de que ellos eran discípulos, no de Jesucristo, sino de Juan el Bautista. Eran gente en transición, remanentes de los santos del Antiguo Testamento, todavía pendientes, todavía buscando a su Mesías, veinte años después de que Juan el bautista había muerto.

La siguiente acción de Pablo era muy predecible. En efecto él dijo: “Vosotros debéis ser elogiados. Os arrepentisteis como Juan enseñó, pero ahora debéis dar el siguiente paso: creed en el que vino después de Juan: Jesucristo”.

Nótese que después de que Pablo comprendió quiénes eran esos discípulos, él habló de Jesucristo, no del Espíritu Santo. Pablo sabía que todo lo que ellos tenían era el bautismo de Juan. Si hubieran confesado fe en Cristo y hubieran sido bautizados, hubieran tenido el Espíritu Santo. Pablo implicó eso cuando preguntó: “Bueno, si no habéis recibido el Espíritu, ¿Qué clase de bautismo habéis tenido?”. Pablo sabía que recibir el Espíritu al momento de creer en Cristo era el patrón normal para la iglesia después de Pentecostés.

El Espíritu es un don de Dios para todo creyente. Eso se enseña una y otra vez en las epístolas del Nuevo Testamento. Sin embargo, en ninguna parte comprueban la carismática de una segunda obra de gracia que es procurada por el creyente y hecha evidente por hablar en lenguas.

A propósito, Pablo tuvo su propia experiencia, registrada para nosotros en Hechos. El conoció al Señor Jesucristo en el camino a Damasco, e inmediatamente fue cambiado, de un asesino de cristianos, a un siervo del Señor.

Pablo estuvo ciego por tres días, después de los cuales vino Ananías a él y le impuso las manos para que pudiera recibir la vista y fuera “lleno del Espíritu Santo” (Hechos 9:17). Curiósamente, Hechos 9 no menciona que Pablo hablara en lenguas en esa ocasión. Sin embargo, más tarde él dijo a los corintios que el hablaba en lenguas más que todos ellos (1 Corintios 14:18).

CONCLUSIÓN

No cabe duda, el Espíritu Santo es dado por Dios a toda persona que recibe a Cristo por fe, y éste, permanece por siempre en el corazón del creyente, de tal manera, que no es bíblico enseñar o creer que un creyente debe anhelar que el Espíritu Santo venga a él, puesto que ya lo tiene, si es que de verdad a hecho confesión de fe.



(1)Los carismáticos, una perspectiva doctrinal. Pág. 172
(2)Los carismáticos, una perspectiva doctrinal. Pág. 175
(3)¿Qué eran precisamente esas lenguas? esto puede ser fácilmente aclarado en las propias Escrituras. Una lectura cuidadosa y atenta de Hechos 2:1-11 nos lleva a la conclusión que estas lenguas eran idiomas conocidos y hablados. En el v.3, 4 y 11 la palabra lenguas proviene del vocablo griego GLOSSA y se refiere a la lengua como órgano humano del habla (Marcos 7:33, Romanos 3:13, 14:11, 1 Corintios 14:9) y específicamente a un lenguaje de una tribu o un pueblo, y en el v.6 y 8 la misma palabra “lengua” proviene del vocablo griego DIALEKTO que se refiere a un lenguaje o dialecto de un país o distrito. Al hablar en lenguas también se le conoce como GLOSSOLALIA, de donde el término LALIA simplemente significa:hablar.
(4)Samaritano: Término que en el Nuevo Testamento señala a los habitantes de Samaria, raza mixta que resultó de la fusión del remanente israelita con los gentiles que los asirios llevaron a la región después de la caída de Israel (722 a.C.). En el tiempo de Jesús el ser samaritano era motivo de amargo desprecio (Juan 8:48), y los judíos trataban de evitar todo contacto con ellos (Juan 4:9). Jesús, sin embargo, varias veces puso como ejemplo a un samaritano para mostrar ante Dios que no hay acepción de persona (Lucas 10:33-37, Juan 4).

El don de lenguas


¿Se ha reanudado el don de lenguas en el siglo veinte? Los carismáticos tratan esa pregunta en una de dos maneras. Algunos dicen que el don nunca cesó, sólo declinó, y por eso los grupos que alegaban hablar en lenguas fueron los precursores de los movimientos pentecostal y carismático contemporáneos. Al asumir esa posición se ponen dentro de una tradición herética.

Por otra parte, muchos carismáticos conceden que las lenguas sí cesaron después de la era apostólica, pero creen que las manifestaciones contemporáneas de los dones son un derramamiento final del Espíritu y sus dones para los últimos días.

Un texto clave para pentecostales y carismáticos que toman este segundo criterio es Joel 2:28: “Sucederá después de esto que derramaré mi Espíritu sobre todo mortal. Vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán. Vuestros ancianos tendrán sueños; y vuestros jóvenes, visiones.”

Según Joel 2:19-32, antes del día final del Señor, el Espíritu de Dios será derramado en tal manera que habrá maravillas en el cielo, y sobre la tierra: sangre, fuego y columnas de humo. “El sol se convertirá en tinieblas, y la luna en sangre, antes que venga el día de Jehová, grande y temible” (v.31). Esa es obviamente una profecía del reino milenial venidero y no se refiere a nada más temprano. El contexto del pasaje de Joel hace de ésta, la única interpretación razonable.

Por ejemplo, Joel 2:20 se refiere a la derrota de “lo que viene del norte” que atacará a Israel en el apocalipsis del fin del tiempo. Joel 2:27 habla del gran avivamiento que traerá a Israel de regreso a Dios. Ese es otro rasgo de la Gran Tribulación que todavía no se ha cumplido. Joel 3 (v.12, 13, 14) describe el juicio de las naciones, un acontecimiento que viene después de armagedón y en conexión con el establecimiento del reino terrenal y milenial del Señor Jesucristo. Después en el capítulo 3, Joel hace una hermosa descripción del reino milenial (v.18). Claramente Joel 2 es una profecía del reino, que no se realizó completamente en Pentecostés (Hechos 2) o en ninguna otra ocasión desde entonces. Debe referirse a un tiempo que todavía está en el futuro.


Todavía hay, sin embargo, la pregunta de lo que Pedro quiso decir cuando citó Joel 2:28-32 sobre el día de pentecostés (Hechos 2:17-21). Algunos maestros de la Biblia dicen que Pedro estaba señalando a Pentecostés como un cumplimiento de Joel 2:28. Pero el día de Pentecostés no hubo maravillas en los cielos ni señales en la tierra; ni sangre ni fuego ni vapores de humo; el sol no se volvió tinieblas ni la luna en sangre y el gran día del Señor no llegó. La profecía no se realizó completamente; pentecostés fue solamente un cumplimiento parcial, o mejor aún, una vista previa de la culminación final. Lo que ellos estaban viendo en Jerusalén entre un puñado de gente era una señal de lo que el Espíritu de Dios algún día haría a un nivel mundial.

¿Cómo vamos entonces a explicar la experiencia carismática? Tomemos en cuenta las siguientes posibilidades:

1) Primero: las lenguas pueden ser satánicas o demoníacas. Recordemos que Satanás se especializa en falsificar la verdad (2 Corintios 11:13-15, 1 Timoteo 4:1, 1 Juan 4:1) y que él está detrás de toda religión falsa (1 Corintios 10:20). Por su puesto, no podemos aseverar que aquellos que en la actualidad hablan en lenguas, lo hacen por inspiración del diablo, porque sin duda hay otras razones, pero si debemos tomar en cuenta que el habla extática es común en las religiones falsas, sobre todo entre los que practican el ocultismo. De hecho hay tres cosas que atraen a la gente al ocultismo: adquirir conocimientos superiores, tener poder y don de sanidad. Asimismo, hay tres cosas que atraen gente al movimiento carismático: tener mayor conocimiento, tener poder y hacer sanidades.

2) Segundo: las lenguas son una conducta aprendida. Es muy probable que la mayor parte de la glossolalia contemporánea caiga en esta categoría, ya que es común que la mayoría de las personas hablen esencialmente de la misma manera, o que participen de cursos para aprender a hablar en lenguas. Por qué una persona tiene que aprender a recibir un don del Espíritu, es incomprensible. Sin embargo, el movimiento carismático está lleno de gente que gustosamente le enseñará a uno a hablar en lenguas, sobre todo, si tomamos en cuenta que para ellos, el hacerlo es una señal de madurez espiritual.

Sobre este punto Jack Matlick señala en su libro que Dennis Bennet, el padre del movimiento carismático, escribió un manual para enseñar a hablar en lenguas y que en el dice lo siguiente:

“Hablar en lenguas es la llave dorada que abre su espíritu, que permite al Espíritu Santo fluir y bautizar al resto de su ser. Hablar en lenguas es algo que usted hace como lo hace al hablar cualquier idioma. Si usted no abre su boca y empieza a hablar, nunca hablará en lenguas. Nunca hablaría un idioma si no estuviera dispuesto a hacer sonidos. Un niño pequeño que aprende a hablar no tiene palabras en su memoria, de modo que empieza a hacer sonidos que después tendrán sentido.

El Espíritu Santo está dispuesto a proveer las palabras para que los sonidos tomen la forma que él quiere y para que tengan el sentido que él quiere. Cuando usted decide hablar en lenguas, puede empezar haciendo un sonido, cualquier sonido que venga de los labios, una sola sílaba. Hablar en fe puede empezar a liberar su espíritu y cambiar su vida. Pero tiene que empezar a hablar. Cuando usted emite el primer sonido confiando que Dios le dará sentido, se convierte en la primera sílaba de su lengua. Usted ha empezado a hablar en el lenguaje que Dios tiene para usted. Sigue la próxima sílaba, y la siguiente, y empezarán las sílabas a fluir.

Al leer con detenimiento lo que dice ese autor carismático, vemos que las primeras sílabas que se deben de pronunciar no son para comprobar la espiritualidad, sino su nivel de inhibiciones. Es decir, es psicológico. Podemos enseñar a cualquier persona a balbucear y se sentirá bien, porque es un alivio; pero no es el don de lenguas de la Palabra de Dios.

3) Tercero: las lenguas pueden ser inducidas psicológicamente. La mayoría de la gente, en un tiempo o en otro, experimenta momentos cuando se siente un poco disociada, un poco confusa, un poco lánguida. Dadas las condiciones adecuadas, particularmente cuando hay mucho fervor emocional, una persona puede deslizarse fácilmente en un estado en el que ya no tiene control consciente. En un estado así, la glossolalia puede ser el resultado. La condición en la que la gente siente la euforia de la experiencia de las lenguas parece estar íntimamente relacionada con el estado hipnótico.

Es común el que los aspirantes a hablar en lenguas son a menudo instruidos explícitamente para entrar en la “renuncia pasiva del control voluntario”. Se les pide liberarse a sí mismos, entregar el control de su voz. Se les instruye para decir unas cuantas sílabas, sólo para dejarlas fluir. No deben pensar en lo que están diciendo, por ejemplo, Dick Iverson opina que:

“El alma y el cuerpo por sí mismos no están equipados con las facultades necesarias para la expresión completa del espíritu del hombre. El espíritu renacido se comunica con el Señor a través de una lengua o lenguaje renacido. El lenguaje que conoce nuestra alma y el pensamiento de nuestro entendimiento le ponen grandes restricciones a la libre expresión de nuestro espíritu. Nuestro espíritu, habitado por el Espíritu Santo, trasciende al alma y necesita de otros medios de expresión, aparte de aquellos que el alma provee. Por esto, es de gran valor no limitar las oraciones y la adoración a aquello que la mente comprende…” notemos cómo concluye el autor este párrafo “…Es una ventaja, no una desventaja, el no saber lo que uno está diciendo. Esto pasa por alto la limitada capacidad mental y lanza a la persona al reino ilimitado del Espíritu Santo”

CONCLUSIÓN

A pesar de que cada una de las posibilidades que se han mencionado son totalmente aplicables, lamentablemente mucha gente sigue procurando con fervor el hablar en lenguas, debido a que en su entorno han aprendido que quien lo hace “tiene una experiencia espiritual” profunda y nadie desea quedarse atrás.


1) MacArthur, John F. Los Carismáticos, una perspectiva doctrinal. Título del original: Charismatic Chaos. Traductor: Casa Bautista de Publicaciones. Editorial Casa Bautista de Publicaciones. 2da. ed. El Paso TX, 1995. 320 págs.
2) Matlick, Jack. Entendiendo el Movimiento Carismático, un análisis crítico a la luz de la Biblia. Ediciones las Américas, A.C. 1ra. ed. México, 1992. 115 págs.
3) Ministerio Palabra de Vida. Confusión Carismática. México [s.f.]. 25 págs.
4) W.E., Vine. Diccionario Expositivo de Palabras del Nuevo Testamento. Traducción y adaptación: S. Escuain. Editorial Clie. Barcelona, 1984. Volumen 1 (475págs.), 2 (401 págs.), 3 (413 págs) y 4 (539 págs.).