martes, 22 de junio de 2010

8_Perdón y restauración

Pasaje central :
"Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad (1 Juan 1:9)"


Cuando recibiste a Cristo como tu señor y Salvador, Dios produjo en ti un cambio maravilloso. Naciste de nuevo (Juan 3:1-3). Ahora eres una “nueva criatura” (2 Corintios 5:17). Recibiste el Espíritu Santo como sello de tu salvación, y Él ahora vive permanentemente en ti (Efesios 1:13-14, Romanos 8:9-16). Pero Dios no quitó tu naturaleza pecaminosa, es decir, que todavía tienes dentro de ti una inclinación natural hacia el pecado. Por esto, no debes confiar nunca en tu propia capacidad para resistir la tentación. Como vimos en el caso de Pedro, cuando un creyente se cree suficiente en sí mismo para vencer al enemigo, el resultado es siempre triste.

¿Qué pasa, entonces, cuando un creyente peca? ¿Y qué debe hacer cuando peca? Estas son las dos preguntas que ahora queremos contestar.

Cuando llegas a cometer algún pecado, es probable que el diablo te acuse de no ser salvo. Procurará hundirte en la vergüenza y en el desaliento. Procurará hacerte tener tanta vergüenza que ya no quisieras asistir a los cultos de la Iglesia, ni frecuentar el compañerismo de tus hermanos en la fe. Pero no le hagas caso. Recuerda que no hay verdad en el diablo porque es “mentiroso, y padre de mentira” (Juan 8: 44).

Lo que sí hay que entender, es que el pecado siempre trae consecuencias serias. No hay pecados insignificantes. Cualquier pecado interrumpe nuestra comunión con Dios. Por esto, cuando pecas te sientes mal. NO PIERDES tu salvación, pero sí pierdes el gozo de tu salvación., tu comunión con Dios y tu influencia cristiana sobre los demás.

Cuando pecas no dejas de ser hijo de Dios, pero te haces un hijo desobediente. Por lo tanto, necesitas arreglar cuentas con tu Padre a quien has ofendido.

¿Te preguntas cómo puedes arreglar tus cuentas con el Señor? La respuesta está en 1 Juan 1:9, que nos enseña que cuando pecas, hay dos cosas que hacer: confesar tus pecados a Dios y confiar en su promesa de perdonar y limpiar. En relación con la confesión hay dos cosas que tomar en cuenta: La primera, es que la confesión de nuestros pecados debe ser hecha directamente a Dios, y la segunda, es que debe ser hecha prontamente.

Debemos confesar nuestros pecados directamente a Dios, porque contra Dios hemos pecado.

Cuando pecamos desobedecemos la ley de Dios; menospreciamos la autoridad de Dios; nos apartamos de la santidad de Dios; y herimos con ingratitud el amor de Dios. Siendo Dios la persona ofendida, nuestra confesión debe ser dirigida directamente a Él. En ninguna parte de la Biblia existe una orden de confesar los pecados al oído de un sacerdote humano.

Así nos enseña el rey David. Al arrepentirse de su doble pecado de adulterio y homicidio, clamó con angustia a Dios, diciendo: “Contra ti, contra ti solo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos” (Salmos 51:4). En tal virtud, procedió a confesarse directamente con Dios. “Mi pecado te declaré” dice en el Salmo 32:5 “y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones a Jehová...”.

Claro está que cuando se le ofende a un prójimo, hay que confesarle también a él la falta cometida (Mateo 5:23-24). En tales casos, procede no sólo la confesión a Dios, sino también la reconciliación con el hermano. Pero siempre procede una confesión directa a Dios.

Pero además de ser hecha directamente a Dios, la confesión de nuestros pecados debe ser hecha lo más pronto posible. Tan pronto como eres consciente de haber ofendido a Dios, en ese mismo instante debes detenerte para confesarle el pecado cometido.

Cualquier pecado rompe nuestra comunión con Dios (Isaías 59:2). No debes permitir que tal condición de separación continúe ni un momento más. Y no es necesario que continúe. Puedes ser restaurado a una vida de comunión con Dios. “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9).

Entonces, después de haber confesado tus pecados al Señor, debes confiar plenamente en su promesa. Debes aceptar por fe el hecho de tu perdón y limpieza. Y sabiendo que Dios no miente, debes tener por cierto que te ha cumplido su promesa y debes darle gracias por ello.

La seguridad de tu perdón no depende del testimonio de tus sentimientos. Estos son muy cambiadizos. Tu seguridad depende del testimonio de la Palabra de Dios. Esta nunca cambia.

Por el favor inmerecido de Dios, hay perdón y limpieza para el creyente que confiesa y confía. Pero esto no debe ser motivo para conformarnos con una vida de continuas caídas y restauraciones ¡De ninguna manera! Dios tiene para nosotros algo mejor. Como nos dice Proverbios 4:18 “la senda de los justos es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto”.

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